Si menciono a Cary Grant, enseguida les vendrá a la mente su mirada socarrona, los andares hechos para exhibirlos en hoteles lujosos, y sobre todo, sus dotes para estar siempre en su sitio. Las dos Hepburn compartieron plano pero jamás se lo robaron.
En la quintaesencia de Hitchcock, también llamada "Encadenados", le vemos aparecer de espaldas, mostrando su cogote. El personaje que interpreta Ingrid Bergman ya nos lo adelanta con sus reacciones: estamos a punto de caer rendidos ante el encanto cockney del galán serio.
La extraña historia de amor les lleva hasta Río de Janeiro. Los diálogos se suceden pausados, seguros de la calidad de Ben Hetch, el enorme guionista que los ideó. Cuando el avión roza el Corcovado, Ingrid Bergman se asoma por la ventanilla mientras Cary Grant la mira de soslayo. Y la respira. Entonces sabemos que algo se ha removido en su pecho de hojalata. No importa que Hitchcock haga un fundido de inmediato. La economía de recursos engrandece el instante.
En la balconada se besan mientras hablan de cocinar o no, de comer pollo con los dedos para no tener que fregar los platos. Y es que el lavavajillas no se popularizó hasta 1970. Ella necesita saberse amada y él responde con un lacónico "Actions speak louder than words".
La impasibilidad no es mala cuando el cogote habla por sí mismo.
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